Desde niño, he respetado a cualquier persona que fuera mayor que yo. Muy especialmente a nuestros abuelos.
Quizás, porque crecí acompañado de las conversaciones y enseñanzas de mi bisabuela Teresa y de 3 de mis 4 abuelos (no conocí a mi abuelo Antón, que falleció pronto y era un hombre muy bueno)
Recuerdo que les escuchaba con devoción y respeto. Sentía que ellos también me respetaban y disfrutaban con lo que les contaba.
A mi abuelo Santos le encantaba el mar. Siempre me hablaba del mar y del viento. A mí me apasiona el mar. Mi abuela Pilar me insistía en que cuidara mucho a mi mujer. Y mi abuela Mayte, que tuvo un hijo “deficiente mental”, mi tío Edu, y que convivimos juntos en mi casa durante mucho tiempo, me enseñó a proteger y cuidar a los más indefensos y vulnerables.
Y confieso que observo desolado estos días de rebrotes, la despreocupación e irresponsabilidad de muchos de nuestros jóvenes, en relación a la pandemia y al riesgo de muerte que supone para los ancianos.
¿Qué hemos hecho mal en nuestra sociedad que no hemos sabido trasladar a nuestra juventud, el amor y respeto por los más mayores?
Ya lo decía mi abuela Mayte: “el mundo es de los jóvenes”.
Y a mí solo se me ocurre decir a nuestros mayores una palabra: