Y pienso que seguramente me gusta contaros las cosas de mi vida que me emocionan, por esta razón.
No sé si lo he contado ya alguna vez, pero siempre he tenido un profundo sentimiento de incomprensión y soledad interior. Quizás este sea también uno de los motivos por los que cada día, os hablo a pie de calle, desde esta ventana poco elevada, de mi ciudadela. Con este diálogo amable y desnudo, siento viva mi existencia y además, aprendo de vosotros aunque no me habléis expresamente.
Hay quienes piensan que soy una persona muy positiva. Sin embargo, os confieso que yo me vivo con no pocas turbulencias interiores.
Otra cosa es que con el tiempo, he aprendido a navegar “divinamente” por esos océanos de zozobra, tormenta y oscuridad que a veces (como nos pasa a todos), se apoderan de nuestra existencia, sin aviso previo y por la espalda.
Tal es así que, un día descubrí este talento de bajar a la mazmorra de la tristeza y escalar hasta la cima del tiempo presente de la vida, con nuevos sentidos que curan lesiones del alma.
Por cierto, ayer caí en la cuenta, mientras miraba absorto unas patatas que freía en la sartén, que llevo tiempo sin hablar por teléfono con mi padre y hermanos.
Les echo tanto de menos que creo que me costaría tener una conversación sin emocionarme demasiado. Intuyo que a ellos les pasa parecido. Seguramente reconocerlo ahora es una forma de prepararme para ganar la energía y el valor necesaria para llamarles.
Hablar desde la distancia con un ser querido me supone mucha responsabilidad. Siempre quiero elegir bien las palabras que les acaricien el alma.