– No te preocupes papá. No pasa nada. En la vida todos nos equivocamos muchas veces-.
«¡Sal de ahí Pipo!», grité muy enfadado a nuestro perro mientras yo tiraba con fuerza de su correa. Le eché una bronca descomunal. Me asusté al verle comer algo de la calle y no me obedecía. Me giré y vi los ojitos de mi hija Carmen, puestos en mi enfado y desesperación. Sentí su disgusto y decepción. (tenía entonces 9 añitos) Pensé en guardar mi silencio pero le pregunté:
– ¿Qué piensas hija?
– Creo que no has estado bien papá- respondió mientras el mundo se detenía con su desaprobación.
– No sé por qué lo he hecho…-.
– Igual… – continuó- porque piensas que los perros no tienen sentimientos-.
– Igual sí – reconocí.
– No sé, creo que me he asustado. Lo siento mucho hija. No lo volveré a hacer – me disculpé.
Ella me miró con serenidad mientras rodeaba con uno de sus bracitos mi cintura. Y añadió mientras me daba unas palmaditas de consuelo:
– No te preocupes papá. No pasa nada. En la vida todos nos equivocamos muchas veces. Al llegar a casa llamé a mi padre para compartirle lo acontecido. Él me dijo:
– Ya sabes hijo mío, que solo se sabe mostrar débil quien se siente muy fuerte-.