Anoche un joven adolescente de 14 años me hizo una de las preguntas más difíciles que he recibido en mi vida:
Ignacio, ¿por qué se murió mi padre?
y añadió,
No lo entiendo. Mi padre era una persona que hacía vida sana, comía bien y era muy deportista.
Su padre era mi amigo. Falleció hace cinco años, víctima de un cáncer que terminó con su vida de manera fulminante en apenas unos pocos meses. Tenía solo 43 primaveras, dos hijos pequeños maravillosos, una mujer extraordinaria y una exitosa vida profesional y personal.
Me quedé pensando la respuesta y después de unos breves segundos, le dije:
Tu padre era una de las personas más buenas e inteligentes que he conocido. Él aprendió todo lo que vino a aprender y los demás aprendimos también de él, lo que necesitábamos aprender.
A lo largo de mi vida acompañando a pacientes de cáncer durante su enfermedad, he visto marcharse a demasiados de manera incomprensible.
Para encontrar una razón que me ayude a entender estas pérdidas tan inexplicables, mi experiencia me ha llevado a la creencia de que seguramente, el propósito esencial en la vida, es el aprendizaje. Ya lo pensaron otros como Michel de Montaigne en sus ensayos completos: “De cómo filosofar es aprender a morir”.
Disfruta del día.