Suele ir bien en este vuelo en el tiempo, llevar en la mochila, una banderita blanca de la paz. Nos ayuda a ponernos en una emoción templada que agiganta las perspectivas y nos empodera a la hora de observar nuestras historias vividas.
A mí me suele gustar hablar con el niño que yo fui. Con el tiempo nos hemos ido conociendo. Hay un aprecio mutuo.
Nos preguntamos muchas cosas y juntos encontramos casi siempre respuestas interesantes. Y cuando no las hallamos, aceptamos que en la vida no podemos pretender comprenderlo todo. Bueno, esto se lo digo yo siempre a él.
Un día viajé por primera vez hasta cuando tenía unos ocho años. Miré a los ojos a aquel niño bueno que yo era y le dije:
“Hola Ignacio soy yo. Solo quería que me conocieras y vieras en lo que te has convertido y decirte que te quiero mucho”.
Luego nos abrazamos y lloramos juntos. Lo necesitábamos. Y así permanecimos un rato consolándonos.
Después, los dos sentimos mucho alivio, paz y serenidad.
Disfruta del día