Mi mujer e hijas saben que, a pesar de haberme criado en ciudad, siempre me ha gustado cultivar tomates, lechugas, pimientos…Así que allá por donde he vivido, he acabado cargándome parte del jardín de casa para plantar mis vegetales.
Y cuando no había jardín (como es ahora el caso) pues me apañaba con oasis para terrazas.
Enterrar mis manos en la tierra me hace sentir humano y me recuerda lo frágil y vulnerable que soy.
Tal es así que ayer, mientras trasplantaba mi tomatera a su nuevo hogar, ayudado por mi hija pequeña y mientras escuchábamos el “oratorio de Navidad” de Bach, me entró un ataque agudo de responsabilidad.
Sentí el peso de los frentes que tengo abiertos en mi vida y que a veces, necesito ayuda para lidiar con ellos.
Llegó la comida (arroz con almejitas) y olvidé tomar el “meresbalacetamol” para aliviar mi padecer. Entonces eché un sermón muy de padre en el que conminaba a mis hijas a madurar y compartir parte de los pesos que sostenemos mi mujer y yo.
Y cuando acabé, me sentí muy humano. Por supuesto no me faltaron lloros que cuando me emociono de verdad, mi corazón pone todos los ingredientes en la escena.
Disfruta del día