Hoy he amanecido con energía bastante para adentrarme en un asunto muy oscuro y extremadamente delicado. Una temática que no ha sido abordada por los tratados de historias, con el tino y la profundidad merecida. ¡Menos mal que un gran mediodía, un valiente del pensamiento, un zaratustra bilbaíno, me invitó a pasear por esta calle de irrealidad! Una vía con paredes inundadas de ventanas abiertas a otras calles del mundo, a las que me puedo asomar ahora, desprovisto de convenciones, con la camisa desabrochada y mi anhelada melena al viento, para gritar manifiestas injusticias existenciales. De ésas que limitan y pueden incluso llegar a asfixiar definitivamente, la convivencia pacífica que siento languidecer en las orillas del planeta Tierra. Es algo de lo que nadie quiere hablar, porque provoca un miedo insuperable, igual que el tren Chu-Chú a un niño de cinco años o las gemeiltas del Resplandor a muchos de mi edad (cinco años arriba, cinco abajo)
La humandidad
La humanidad entera prefiere vivir de espaldas a estos asuntos, -que a mí tanto me preocupan- con la mirada puesta en la nada y los labios en un lugar llamado silencio. Y el silencio es mucho más peligroso que una veleta embriagada de vendavales torcidos, contradictorios y cigzagueantes. Estas rutinas del callar, se apoderan de la voluntad del hombre, como quien no quiere la cosa, hasta que a su cólera no le queda más remedio que inmolarse delante de cualquiera. Asuntos que toman la forma de errores sin importancia y que, sin embargo, producen devastadores efectos en el devenir natural de la raza humana.
¨C’est pire qu’un crime, c’est une faute» («Algo mucho peor que un crimen: un error») , dijo Fouché o Talleyrand (según quien lo cite) al recibir la noticia de la ejecución del joven duque de Enghien porque lo ordenó Napoleón. Igual que a Fouché o Talleyrand, a mí, el crimen cometido con este tema que hoy quiero revelar al mundo, me importa poco o nada. Lo que no perdono es el Error.
Porque puedo comprender que alguien escribiera un día tonto, una definición prematura, con una reseca descomunal (de esas que quieren escaparse de la cabeza taladrándola con mil martillazos). Pero me resulta intolerable, que aquel mismo supuesto sujeto, la mandara a la imprenta con la misma inercia puesta que lleva un irresponsable jugador de bolos de pueblo, que, con ciega precipitación, lanza ¨palante¨ la bola, sin esperar a que se quite ¨deenmedio¨, el que está colocando los bolos en el extremo opuesto.
El reposabrazos
Quiero hablar hoy -y ya voy diciendo mucho- del ¨reposabrazos¨. Sí, sí, no te hagas el loco o loca. Has leído bien. Quédate aquí, si te queda aún, algo de dignidad para escuchar lo que nunca te has atrevido a escuchar antes, porque probablemente tienes motivos fundados para sentirte demasiado culpable.
El reposabrazos según la RAE
El ¨reposabrazos o apoyabrazos¨ se define, según la RAE así: «En un vehículo, pieza abatible, que sirve para apoyar los brazos«. Y te invito a que vuelvas a leer esta afirmación sin miedo, con la atención puesta en la indefinición de la definición, y sobre todo, (por darte alguna pista) en la singular pluralidad del último sustantivo y en su mala intención (BRAZOS). Y me pregunto yo, alarmado por la brevedad de la definición y la irresponsabilidad de quién así la dejó escrita para siempre, tan coja, pobre e insulsa y tan tuerta: “¿Los brazos o el brazo?” y me marcho más lejos… “¿los brazos de quién?” y sigo alejándome, “¿sólo los brazos?”
Aquí radica el germen de un gravísimo dilema, que ha llevado a demasiados hombres, mujeres y niños a hacer una interpretación sesgada y un uso torticero de la redacción que la RAE nos ofrece del «reposabrazos». Os aseguro que la vida en el patio de butacas de los aviones de compañías españolas, se ha vuelto una encrucijada. Todos los caminos llevan al paroxismo infernal que Dante retratara en su Divina Comedia tan divinamente o al mismo Juicio Final que dibujara Giotto en la capilla de los Scrovegni. La práctica silente y soterrada de un nuevo y disrruptivo arte marcial, es el pan nuestro de cada día en el interior de los aviones de las compañías aéreas. Una lucha orgiástica de trozos de manos, muñecas, brazos, codos, antebrazos e incluso hombros y lomos altos, se disputan de manera encarnizada la conquista del ¨reposabrazos¨.
Su definición en inglés
Desde luego, en el mundo anglosajón, esta insustancialidad gramatical no existe. Resulta en mi experiencia, del todo desconocida. El Cambridge Dictionary dice: ¨Armrest: The part of a chair that supports the arm. Reposabrazos: La parte de una silla en la que se apoya el brazo¨. Dice, ¨brazo¨. No brazossssssss.
Reposabrazos de todo tipo
Sigo con los ¨reposabrazos¨ con pasaporte español. Los hay de muchos tipos y se encuentran en cualquier lugar. Autobuses, trenes, aviones, cines, teatros…Me llama la atención que a fecha de hoy, nadie haya levantado el puño en alto, ni la buena letra, en el apartado de cartas al director de algún periódico, en señal de protesta. No puedo creer que todo el mundo siga ocupado en temas absolutamente menores, mientras yo ¨vivo sin vivir en mí¨ y ¨muero porque no muero¨, ante significada laguna, instalada en una definición maldita. Convivo desde largo, con una incomprensión que me parece ya casi tan perpetua como una condena tan perpetua como su cadena. Casi seguro, mi inconsciente me esté llevando a ¨rapear¨ estas letras, para maquinar algún efecto terapéutico que reconcilie mi alma con los ¨reposabrazos¨, desde hoy y para siempre. Lo catártico me ha funcionado de maravilla desde antiguo. Es casi una relación fetiche en lo que se está convirtiendo, mi forma de repararme: gritos de gozo y tormento, en una misma elucubración. Y me separo abruptamente de mi herida porque me quema, haciendo que el dolor sea del todo insoportable.