Sin embargo, sus alas y sus patas se habían quebrado. Traté de curar sus heridas aunque con poco éxito. Ya no podría volver a volar.
Al soltarlo, el pobrecillo revoloteaba asustado por el suelo buscando refugio bajo una escalera. No pude evitar emocionarme. Y lloré mis lágrimas secas. Mi hija de catorce años también lloraba, mientras se abrazaba a su madre.
Pienso que a veces, también nos encontramos con el Amor, en la autenticidad de los sentimientos de los otros, aunque lleven tristeza…
Y me acuerdo ahora que ayer compré un “yoyó” de madera. Lo vi en un escaparate y no pude contener mis ganas. Así que entré sin dudarlo y me hice con él.
Mientras jugaba en la calle con mi yoyó azul, la gente me observaba con tanta curiosidad como envidia 😂. Seguro que la escena dejó volar la mente de más de uno a su tierna infancia. Esto es muy bonito cuando pasa.
Luego aparecieron mis hijas y mi mujer. Se reían por mi nueva adquisición. Me gusta comprar cosas que permiten aflorar sentimientos y recuerdos bonitos.
Pero pasó lo que imaginaba: todas acabaron jugando con el yoyó como lo hacían cuando eran niñas. Y la gente miraba y todos reían con diversión y alegría. La magia de un sencillo yoyó azul de madera.
Disfruta del día