Dicen que jugar consiste en realizar una actividad o hacer una cosa, generalmente ejercitando alguna capacidad o destreza, con el fin de divertirse o entretenerse”.
Y pienso en que si algo saben hacer con destreza los niños es precisamente, jugar.. Sin embargo, por esas razones caprichosas que nos trae la madurez, los adultos aparcamos las posibilidades de jugar, en los rincones más lejanos e insospechados de nuestras vidas.
Confieso que necesito jugar. Ahora que dos de mis hijas ya viven sus vidas fuera de casa, echo de menos la diversión que comporta jugar despreocupadamente con ellas, sin el temor de ser imprudente, porque cuando se juega como niño, la prudencia no cabe y solo se recibe ésta, con la realidad que acerca la madurez.
No me quiero poner moñas, pero he encontrado en el teatro, esa ansiada posibilidad de jugar con otros adultos que cuando suben a un escenario se encuentran de cara con la diversión que siente el corazón de un niño.
Esta noche volvemos a salir a escena. Y como en cada una de las 21 funciones que nos han precedido (en todas se agotaron las entradas) nuestros directores nos dirán en clara advertencia, con su marcado acento argentino y abrazados en círculo:
“¡Chicos! ¡Diviértanse!
Y me parece oportuno tomar estas mismas dos palabras con toda la fuerza de su exclamación y gritarlas al final de este post, mientras se dirigen al corazón de todos los adultos que me leéis ahora.
Quizás, por alguna razón de la madurez y sus permisos, el juego no está presente en la vida como te mereces.
“¡Chicos! ¡Diviértanse!
“¡Chicos! ¡Diviértanse!
Disfruta de tu vida