Ya he vuelto a casa de mi padre por Navidad. Y me ha faltado tiempo para salir a respirar este olor a mar que me encanta, mientras doy un maravilloso paseo por la playa de Ereaga. El cielo y las nubes son espectaculares, ¿no te parece?
Al llegar al Puerto Viejo, me he sentado en la terraza de un barcito a tomar un pincho riquísimo.
Mientras disfrutaba de mi aparente soledad, me he dado cuenta de que en realidad estaba acompañado por los pájaros, los árboles y un curioso “voyeur” ? que me observaba furtivamente desde un balcón y que al verse sorprendido, se ha escondido en casa deliberadamente.
Pensaba durante la escena, que hace años me resultaba impensable disfrutar de la soledad “voluntaria”. Y que creo que haber aprendido a disfrutar de ella, es el resultado de una conquista importante dentro de lo que supone crecer como persona.
Aprender a ser invisible por momentos, sin necesidad de dejar testigos (exactamente lo contrario a lo que yo estoy haciendo ahora ?) forma parte seguramente del arte de vivir desde la libertad y la autenticidad. Solo es una reflexión que me apetecía compartir contigo.
¡Qué cosas se me ocurren!
Disfruta mucho del día.