Ayer alguien me dijo que yo de joven me parecía mucho a un universitario que conocemos en casa. Automáticamente puse mis ojos en mis recuerdos de infancia y juventud y volé hasta allí.
Creo que yo era un chico inocente, con mucha energía, amable y educado, siempre intentando agradar y divertir a los demás. Desde luego no me faltaba el sentido del humor. Quizás mi mirada delataba hambre por querer demostrar a la humanidad y seguramente a mí mismo, que yo era alguien valioso y que estaba dispuesto a comerme el mundo.
La vida es muy dura
Luego vinieron las decepciones propias y ajenas, los baños de humildad, las frustraciones e incomprensiones, las pérdidas… También el dolor de alma y corazón. Y entonces empecé a crecer y madurar.
Pienso que de adolescente me hubiera venido muy bien que alguien me hubiera advertido que la vida iba en serio y que era dura, muy dura. (Más tarde leí el poema “No volveré a ser joven”, de Jaime Gil de Biedma y me sonreí).
Ayer mismo cuando llevé a mi hija mayor a coger el autobús cutre que le lleva a su universidad (6 horas de travesía), se lo dije. También que su vida era suya y que de ella misma y su esfuerzo dependía su futuro. Luego le abracé y le di un beso.
Disfruta del día.