Se llamaba Jordi Torrens y aunque era español, llevaba muchísimos años viviendo en Miami.
Al llegar a su despacho me encontré a un hombre de unos 50 años, muy deteriorado y con una bomba de morfina adosada a su cuerpo esquelético.
Me quedé muy impresionado por la escena.
Jordi me explicó que tenía un cáncer terminal y le quedaba muy poco tiempo de vida.
“¿Y qué haces aquí trabajando Jordi?” le pregunté.
“Tengo hijos en la universidad y he de pagar las facturas”, me respondió sonriéndome a los ojos.
Gracias a su impecable trabajo obtuvimos nuestro visado.
Aquel día le invité a comer. Me pidió que fuéramos a un restaurante asiático muy modesto porque su comida era la que en su estado, le resultaba más fácil de tragar.
Cuando llegamos al lugar me dijo que cogiera una galletita que había en un frasco de cristal de la entrada. Yo obedecí. Al quitar el envoltorio, encontré esta nota que leí en voz alta y acabo de encontrarme ahora de nuevo.
–La vida no es un problema para ser resuelto. Es un misterio para ser vivido. –
Y entonces Jordi volvió a mirarme a los ojos con una sonrisa. A los pocos días falleció.
Era entrañable.
Disfruta del día