Vivir en un país extranjero habilita aprendizajes inimaginables. El mío de estos días tiene que ver con la amistad. Regresas a tu casa de toda la vida -a pasar el «veraneo»- con las ganas puestas en estar con los amigos de siempre y descubres que no todos se mueren por regalarte parte de su tiempo.
Algunos tienen sus agendas llenas y la ilusión por verte ocupada. Me ha recordado a los años en los que entregaba mi alma al destajo comercial de la puerta fría y me daban en las narices con el pomo de las buenas palabras. Son amigos procastinadores de la amistad. Entregan su abrazo a partir de 30 días si les queda hueco. Quieren la amistad pero como dice la canción, «despassiito» o «a ratitos».
Por suerte, no me ha pillado por sorpresa. Venía advertido por veteranos del exilio. Reconozco que mi decepción ha sido muy ligera y efímera. Hasta diría que con sabor a ternura y a comprensión, que para eso son mis amigos y yo no soy Mr Marshall. La calidad de las amistades es tan variada como la del papel higiénico. Su función básica es siempre bienvenida, especialmente en momentos de urgencia. Además, el roce no siempre hace el cariño, a veces provoca irritaciones incómodas.