Era el primer día de clase de 5° de EGB. El profesor nos ordenó sacar papel y lápiz. Tocaba “dictado”. Quería comprobar cómo andábamos de caligrafía.
Para mi sorpresa, caí en la cuenta de que no tenía lápiz… y el profesor iba a empezar de manera inminente a dictar un texto.
Sentí mucha angustia y desesperación porque nadie me prestaba un lápiz. Finalmente alguien me entregó uno, con la punta maltrecha y muy pequeño. Apenas lo podía atrapar con mis deditos de niño.
Entre los nervios por las prisas y aquel lápiz imposible que se resbalaba entre las yemas de mis dedos, las palabras de mi dictado salieron asfixiadas.
Recuerdo que al final de la mañana, el profesor preguntó en voz alta:
“¿quién es Ignacio Isusi?”
Me puse en pie y respondí ajeno a lo que me venía encima, “soy yo”.
Entonces, Fernando, -así se llamaba el maestro- exclamó delante de toda la clase:
“¡Tu letra es la peor que he visto en mi vida!”
Yo sentí mucha humillación e impotencia porque no pude explicarle mis motivos. Me tuvo un año machacado con aquellos cuadernos de “Rubio”.
Hasta aquel día había sido un buen alumno (de los primeros de clase). Y lo seguí siendo. Sin embargo, desde entonces, no fui capaz de recuperar mi letra bonita. Siempre salió de mi lápiz llena de inseguridad.
Con los años fui ganando en confianza y mi letra también. Aunque creo que nunca llegó a ser la misma.
Y evoco también ahora que, lo más probable, es que ya haya escrito la mitad del relato de mi vida. Y que cuando me miro al espejo y compruebo las arrugas de mi cara, aunque me siento como la punta gastada de un lápiz, me sonrío complacido.
Cuando esto sucede, me apresuro a buscar el sacapuntas para seguir escribiendo la historia de la vida que deseo darme.
Disfruta del día