La palabra, nos anima a existir y sobre todo, nos permite ayudar a los demás a existir. De esto último solemos olvidarnos casi siempre, por culpa de las inconscientes ganas de brillar.
Las palabras tienen el poder de generar acción. Hacernos preguntas sobre los mundos que creamos nosotros y por qué necesitamos crearlos con esos colores, no es baladí. Siempre hay un motivo por el que decimos lo que decimos. El hablar no es inocente.
Sin embargo, son muy pocas las personas que conocen las distinciones para poder generar conversaciones eficaces atendiendo a los diferentes contextos que vamos encontrando en la vida.
La ecuanimidad conversacional no es habitual. Lo que quiero decir con esto, es que la conversación entre dos personas, ha de ser una danza armoniosa. Desafortunadamente, en demasiadas oportunidades se desatiende al otro porque el ego solo quiere estar en uno mismo y demostrar su valía.
Pareciera que necesitamos dejar testigos para sentirnos existir. Y hacerlo a todo costa. Olvidados de los demás y sus necesidades conversacionales.
¿Te imagines a una pareja de enamorados en la que una baila el tango, y el otro desenfrenado rock&roll, mientras suenan los nocturnos de Chopin? 🙈
Pues así vamos por la vida, las más de las veces. No sabemos escuchar, y por lo tanto hablar. Solo tienes que detenerte unos segundas a observar y evaluar ejemplos reales de la vida, para verificar lo que te cuento.
Las conversaciones, como sucede con la buena música, necesitan de una partitura con notas bien ordenadas entre espacios necesarios y bien pensados de silencio.
ESCUCHAR y permitir que la palabra del otro pueda transformarme, sea quizás el arte supremo de lo humano y quizás de la sabiduría.
Disfruta del día