Érase una vez un niño muy alegre que necesitaba ser querido y escuchado por todo el mundo. Sin haber cumplido un año ya hablaba. Era muy precoz. Su madre le contaba que solía decir: «botitas botitas» porque quería que le sacaran a pasear. Cuando tenía cinco años en su primer día de colegio la profesora le pidió que dibujara una casa. Él preguntó «¿puedo poner el sol en el cielo? ¨ Ella le sonrió y le dijo que sí. Otro día, la misma profesora le señaló un póster con una cotorra verde sobre fondo negro que colgaba en la pared y le espetó «¡Isusi! ¿ves ese pájaro?», el niño giró su cabeza y asintió. Entonces ella le dijo «tú eres igual». Aquel niño se sintió muy tonto aquel día porque sus compañeros se rieron mucho y él no comprendió el porqué.
Y aunque años más tarde alguien le explicó que las cotorras hablan mucho, aquel niño ya mayor siguió sintiendo que no era muy listo a pesar de que sacaba muy buenas notas. Y ese sentimiento le persiguió toda su vida. Y fue un motivo de una gran inseguridad.
La Paradoja
Cuando fue padre tuvo tres hijas superdotadas (alta capacidad) y alguien le miró a los ojos y le sonrió mientras le decía «ya sabes el refrán: de padres gatos hijos michinos». Y lloré por dentro. ¡Qué paradojas tiene la vida! Disfruta del día